Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO VIII


Saquean los casquines el pueblo y entierro de Capaha, y van en su busca



No se contentaron los casquines con haber saqueado la casa del curaca y robado el pueblo y hecho la mortandad y prisioneros que pudieron, sino que fueron al templo, que estaba en una plaza grande que el pueblo tenía, el cual era entierro de todos los señores que habían sido de aquella provincia, padres y abuelos, y antecesores de Capaha. Aquellos templos y entierros, como ya en otras partes se ha dicho, son lo más estimado y venerado que entre estos indios de la Florida se tiene, y creo que es lo mismo en todas naciones, y no sin mucha razón, porque son reliquias, no digo de santos, sino de los pasados, que nos los representan al vivo. A este templo fueron los casquines, convocándose unos a otros para que todos gozasen del triunfo. Y, como entendiesen lo mucho que Capaha (soberbio y altivo por no haber sido hasta entonces ofendido de ellos) había de sentir que sus enemigos hubiesen tenido atrevimiento de entrar en su templo y entierro a menospreciarlo, no solamente entraron en él, empero hicieron todas las ignominias y afrentas que pudieron, porque saquearon todo lo que en el templo había de riqueza y ornato y despojos y trofeos que se habían hecho de las pérdidas de sus antepasados.

Derribaron por el suelo todas las arcas de madera que servían de sepulturas y, para satisfacción y venganza propia y afrenta de sus enemigos, echaron por tierra los huesos y cuerpos muertos que en las arcas había, y no se contentaron con los derramar por el suelo, sino que los pisaron y cocearon con todo vilipendio y menosprecio. Quitaron muchas cabezas de indios casquines que los de Capaha habían puesto por señal de triunfo y victoria en puntas de lanzas a las puertas del templo y, en lugar de ellas, pusieron otras cabezas que ellos aquel día cortaron de los vecinos del pueblo. En suma, no dejaron de hacer cosa que fuese venganza de ellos y afrenta de Capaha que no la hiciesen. Quisieron quemar el templo y las casas del curaca y todo el pueblo, mas no osaron por no enojar al gobernador. Todas estas cosas hicieron los casquines antes que el gobernador entrase en el pueblo, el cual, luego que supo que Capaha se había ido a la isla a fortalecerse en ella, le envió recaudos de paz y amistad con indios suyos de los que habían preso, mas él no quiso aceptarla, antes hizo llamamiento de su gente para vengarse de sus enemigos.

Lo cual, sabido por el gobernador, mandó que se apercibiesen indios y españoles para ir a combatir la isla. El cacique Casquin le dijo que su señoría esperase tres o cuatro días a que viniese una armada de sesenta canoas que mandaría traer de su tierra, que eran menester para pasar a la isla, la cual armada había de subir por el Río Grande, que también pasaba por tierras de Casquin. El cual mandó a sus vasallos que a toda diligencia fuesen y viniesen con las canoas, que habían de ser venganza de ellos y destrucción de los enemigos. Entretanto no cesaba el gobernador de enviar recaudos de paz y amistad a Capaha; mas, viendo que no aprovechaban y sabiendo que las canoas subían ya por el río arriba, mandó salir el ejército a recibirlas e ir por agua y tierra donde los enemigos estaban. Salieron los castellanos al quinto día de como llegaron al pueblo de Capaha.

Los indios casquines, por hacer daño en las sementeras de sus enemigos, caminaron hechos una ala de media legua en ancho, talando y destruyendo cuanto por delante topaban. Hallaron muchos indios de los suyos que estaban cautivos y servían de caseros en los heredamientos y campos de los de Capaha. A los esclavos, porque no se les huyesen, les deszocaban uno de los pies, como ya hemos dicho de otros, y con prisiones crueles y perpetuas los tenían como a esclavos, más por señal de victoria que por el provecho y servicio que les podían hacer. Pusiéronlos en libertad los casquines y los enviaron a su tierra. El gobernador y el cacique Casquin llegaron con sus ejércitos al Río Grande y hallaron que Capaha estaba fortalecido en la isla con palenques de madera gruesa que la atravesaban de una parte a otra, y, como tuviese mucha maleza de zarzas y monte que la isla criaba, estaba mala de entrar y peor de andar por ella. Por esta aspereza y por la mucha y muy buena gente de guerra que Capaha tenía dentro, se aseguraba que no se la ganasen. Con todas estas dificultades, mandó el gobernador que en veinte canoas se embarcasen doscientos castellanos infantes y en las demás fuesen tres mil indios y todos juntos acometiesen la isla y procurasen ganarla como buenos guerreros. Con esta orden fueron en las sesenta canoas el número de indios y españoles que se ha dicho. Al saltar en tierra hubo una desgracia que lastimó generalmente a todos los castellanos y fue que uno de ellos llamado Francisco Sebastián, natural de Villanueva de Barcarrota, que había sido soldado en Italia, gentil hombre de cuerpo y rostro, muy alegre de su condición, se ahogó por darse prisa a saltar en tierra con una lanza, hincando el recatón en el suelo y no pudiendo alcanzar la tierra por haber rehuido la canoa para atrás, cayó en el agua, y, por llevar una cota vestida, se fue luego a fondo, que no pareció más. Poco antes, yendo en la canoa, había estado (como otras veces) muy regocijado con sus compañeros y dícholes mil gracias y donaires, y, entre otras, había dicho éstas: "La mala ventura me trajo a estos desesperaderos, que Dios en buena tierra me había echado, que era en Italia, donde, según el uso del lenguaje, me hablaban de señoría, como si yo fuera señor de vasallos, y vosotros aquí aun no os preciáis de hablarme de tú, y allá, como gente generosa y caritativa, me regalaban y socorrían en mis necesidades como si yo fuera hijo de ellos. Esto tenía yo en la paz y en la guerra: si acertaba a matar algún enemigo turco, moro o francés, no faltaba qué despojarle, armas, vestidos o caballos, que siempre me valían algo; mas aquí he de pelear con un desnudo que anda saltando diez o doce pasos delante de mí, flechándome como a fiera sin que le pueda alcanzar; y ya que mi buena dicha me ayuda y le alcance y mate, no hallo qué quitarle sino un arco y un plumaje, como si me fueran de provecho. Y lo que más siento es que el Lucero de Italia, llamado así por famoso astrólogo judiciario, me dijo que me guardase de andar en el agua, que había de morir ahogado, y parece que me trajo la desdicha a tierra donde nunca salimos del yY otras semejantes, había dicho Francisco Sebastián poco antes que se ahogara, que causaron mucha lástima a sus compañeros.

Los cuales, a la primera arremetida, a pesar de los enemigos, tomaron tierra y con mucho ánimo y esfuerzo ganaron el primer palenque y los llevaron retirando hasta el segundo, con que pusieron tanto temor y espanto a las mujeres y niños y gente de servicio que en la isla había que, a mucha prisa, dando gritos, se embarcaron en sus canoas para huir por el río adelante. Los indios que estaban puestos para defensa del segundo palenque, viendo a su cacique delante y conociendo el peligro que sus mujeres e hijos y todos corrían de ser esclavos de sus enemigos y que en sola aquella batalla, si no peleaban como hombres y la vencían, perdían toda la honra y gloria que sus pasados les habían dejado, arremetieron con gran furia, como desesperados, avergonzando a los que se habían retirado y huido de los casquines, y pelearon con gran esfuerzo e hirieron muchos españoles y los detuvieron, que ellos ni los indios no pasaron adelante.